Europa y la crisis del euro


La creación de la Unión Europea, viéndolo con una perspectiva histórica y a largo plazo, supuso un instrumento de cooperación supranacional, más fuerte incluso que un régimen Internacional, que supo establecer largos periodos de paz para el continente tras medio siglo marcado por una gran depresión económica y dos grandes guerras mundiales (todo comenzó con la Comunidad Económica tras el Tratado de Roma en 1957). Sin embargo, a raíz de la crisis del euro, y unida a ciertas coyunturas que dificultan e impiden el desarrollo económico de la mayoría de los países (como puede ser el crecimiento negativo de la natalidad), el sueño europeo parece más bien estar convirtiéndose en una cerca difícil de solventar. 
¿Qué ocurre, pues, con el euro?
En palabras de Stiglitz: "el euro nació defectuoso desde el principio". Su creación se basaba únicamente en la esperanza de que el euro pudiera impulsar un proyecto europeo común, para la concreción de una Europa más unida, más integrada, económica y políticamente. Pero en el momento de su concepción, Europa no cumplía los requisitos necesarios ni tenía las instituciones esenciales para ello, lo que solo llevó a un estancamiento años después. Europa fue víctima del mismo desenfreno en la concesión de créditos, alimentado por nuevos tipos de derivados financieros que precipitó la crisis financiera de Estados Unidos, y la crisis global en 2008. En el caso de Grecia, su anuncio, en octubre de 2009, de que su déficit presupuestario iba a ser casi tres veces superior a lo previsto (más tarde se descubrió que había alcanzado el 15,6% del PIB) desencadenó la crisis de deuda pública. Y aun así, el euro podría haber funcionado si los gobiernos se hubieses limitado a mantener dicha deuda en un porcentaje más bajo en proporción al PIB. Los países ricos se volvieron más ricos, y los países pobres (en una perspectiva comparativa), aún más pobres. 
Así, a medida que los inversores abandonaron los bonos griegos, la incertidumbre y el nerviosismo se contagió a países menos fuertes en Europa (Irlanda, Portugal y España), cuyos préstamos en el sector privado habían ido aumentando a consecuencia del auge en los sectores de la vivienda y la construcción (los niveles de deuda pública por entonces no eran tan acuciados). Pero, a diferencia de Estados Unidos, estos países no disponían de un banco central dispuesto a comprar sus deudas. Todo lo contrario, se vieron obligados a negociar duros programas de rescate con el Banco Central Europeo e incluso con la propia Unión Europea. 
Como vemos, esta "unión monetaria" pudo integrar a Estados con niveles de desarrollo político y económico diferentes. Pero, la mayoría de problemas a los que se enfrenta la UE no derivan de impactos económicos producidos por la teoría del área monetaria, sino de las asimetrías radiales entre instituciones de sus Estados miembros. Algunos tenían la convicción de que la experiencia de competir en una unión monetaria eliminaría gradualmente esas asimetrías, pero estas tienen profundas raíces históricas que no ceden fácilmente ante una reforma gradual.

¿Cuál es la solución? 
En este contexto, la cuestión que se plantea es si el euro, como moneda única, puede aguantar y funcionar de forma satisfactoria sin mayor integración política. Existe en la actualidad un fuerte afán por centralizar el poder económico en Bruselas. Muchos en el norte quieren dotar a la UE de poderes más amplios sobre los presupuestos nacionales con el fin de evitar que se repitan las debilidades fiscales que condujeron a Grecia al borde de la quiebra. Por el contrario, los políticos del sur europeo abogan por un gobierno económico provisto de nuevas fuentes de financiación y con la capacidad de promover la denominada reactivación económica.

(Paula García Chamorro)

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